Así
llegué a querer ser psicologa. Terminaba el secundario, y en ese
momento y a esa edad, lo único importante es tener una carrera para
tener un furuto, (o al menos lo era para el tipo de crianza que había
recibido).
No fue fácil llegar hasta ahí. Miles de dudas daban
vueltas por mi cabeza. Nada era seguro, y todo parecía tentador. Pensé
en medicina, en profesorados, en periodismo, enfermeria, obstetra y más. Psicología parecía lo más apropiado para mi. Me gustaba, me resultaba atractiva. Sin embargo, el futuro se veía borroso. Era algo tan lejano e imposible para mi. Ese año estudiando en la UBA, haciendo el CBC, fue una tortura. Vivia insegura. Me sentía en una cuerda floja. Escuchaba en mi interior una voz que me decía que esto no era lo nuestro, que había algo más. Pero yo estaba encaprichada. Quería demostrar que podía ser más. Mi problema era que sabía cual era mi destino, pero no quería asumirlo.
Mi destino era ser docente. No lo aceptaba. Si lo hacía, implicaba seguir el mismo camino de mi mamá. Así es, mi mamá es docente. Yo buscaba ser todo lo contrario a ella. Allí mi dilema. Me negaba tener algo en común, en hacer lo predecible. Como pueden imaginarse, muchos esperaban que sea igual a ella. Como buena adolescente rebelbe, me negué. Todo en vano, porque aca estoy. Soy docente en formación, una futura maestra.
Al principio me costó reconocer que esto era lo que quería. Es más, nisiquiera tuve la decencia de inscribirme en la carrera. Fueron mi abuela y mi mamá quienes se habían movido para entrar al instituto donde estoy estudiando actualmente. Solo una vez mostré mi cara en el lugar antes de las clases, y fue el día del sorteo donde se decidia quienes quedaban y quienes no, ya que el número de ingresantes habían superado lo esperado. Curiosamente, a pesar de mi antipatía, estaba nerviosa, ansiosa y preocupada. Mi corazón sabía que allí en el 112 me esperaban mi futuro, mi pasión y mi vocación. Cosas que descubriria después.
El primer día odie todo... Era un caos. Nisiquiera tenía una mesa o una silla. La primera clase la pasé la mitad parada, y la otra mitad sentada en el bulto de alumnas. Es más, odie al primer profesor que se nos presentó : PANCHO. Tenía un tono de voz especial, que quienes lo oyen y lo ven al principio sin conocerlo de verdad, pensarán que es un viejo gay reprimido. Yo también lo pensé. Eso, y más. También me llevo tiempo quererlo. Pancho es más que eso. Es un groso. Tarde todo el primer año en descubrirlo. Pero ahora lo sé. Pancho es un grande del 112. Me dió tantas cosas, y nisiquiera lo sabe. Otro día les hablaré mejor de él.
Todo fue cuestión de tiempo. A los pocos meses, supe que no estaba equivocada.Estaba en el lugar correcto, con las personas correctas. Viví tantas cosas que reafirmaron mi vocación. Y descubrí otras tantas...
Para ser docente, no alcanza querer a los chicos. Somos futuros formadores. Los chicos que pasen por
nuestras aulas, se van a ver influenciados por nuestro amor y nuestras
palabras. Tenemos que eliminar los estereotipos y los prejuicios, y
darles lo que el mundo no le das, CONFIANZA. Tenemos que depositar en
ellos nuestra fe y verlos como nuestra salvación. Solo así, y solo así,
formaremos grandes adultos. Hay que buscar lo positivo en cada uno de
ellos. No caigamos en la tentación de etiquetar.
RESUMIENDO : Soy futura docente. Quiero ser maestra, dar clases, intentar cambiar el mundo de cada pibe que pase por mi vida, aunque no siempre lo haya sido.
RESUMIENDO : Soy futura docente. Quiero ser maestra, dar clases, intentar cambiar el mundo de cada pibe que pase por mi vida, aunque no siempre lo haya sido.
UN SECRETO : Sigo queriendo escribir, nunca deje de hacerlo, y quizás con suerte, algún día publiquen un cuento mio.
OTRO SECRETO, (no tan secreto) : Me da orgullo usar guardapolvo blanco, porque siento que algo me une con mi mamá, y ya no trato de ser distinta a ella. Acepto mi destino, y acepto quien soy. Soy hija de mi mamá. Tomo lo malo, y lo bueno de ella. Aprendo de sus errores y sus triunfos.
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