Era un sendero
rústico, cuya única luz era la luna. Por suerte, esa noche brillaba como nunca
antes la había visto. A lo lejos, vio una figura difusa. La adrenalina del
miedo aceleró su corazón. Quería salir corriendo, pero sus piernas no
respondían. Dejó de caminar, y solo rogó que quien fuese el que se acercaba, no
fuera la sacerdotisa acechándolo una vez más para llevar a cabo su venganza.
Rezaba con que se tratara de un hombre muy delgado y femenino, pero cuando esta
persona se acercaba más y más, era evidente que se trataba de una mujer. Marcos
cerró sus ojos y esperó a su Verduga. Sintió un delicioso perfume a jazmín, un
aroma que no era perteneciente a ella. La sacerdotisa olía más bien a flor de
limón. Marcos abrió sus ojos y frente a él había una mujer desconocida. Su
nombre era Roció.
_” Hola.”, fue
todo lo que necesito para enamorar a Marcos.
Era por lo menos
diez años más joven que el. Era una persona agradable, una de esas que todo el
mundo quiere. También era una de las mujeres más bonita del pueblo. Se había
mudado hacía ya algunos años inmediatamente después de casarse, pero tristemente su matrimonio no
duró mucho. Su amado esposo murió unas semanas antes del primer aniversario de
casados. Fue en una tarde de lluvia en la que había salido a andar a caballo.
Todo marchaba bien, hasta que el cielo se volvió violento y escupió un rayo que
cayó en seco al suelo. El caballo se asustó, y el pobre infeliz cayó directo a
una roca que partió su cabeza. Rocío no pudo irse del lugar, pues allí estaban
todos sus sueños e ilusiones que había construido con su marido. Decidió
quedarse y ser lo más feliz posible. No había vuelto a enamorarse hasta que
conoció a Marcos.
Pasaron meses y
ambos estaban viviendo al máximo su relación. Eran como dos niños. Solo había
lugar para la felicidad. Marcos no volvió a soñar con la sacerdotisa, y los
grillos solo cantaban en las noches de verano. Renunció a su trabajo y restauró
la casa de su abuela. Llevó a vivir a Rocío con él. Un año después se casaron,
y nueve meses después nacía su primera hija; Jazmín.
El tiempo siguió
corriendo. Todo era color de rosa. Como nada malo le había vuelto a pasar,
olvidó lo que había ocurrido en Buenos Aires. Pensó que mientras se mantuviera
allí, estaría a salvo y feliz. La sacerdotisa no lo encontraría y la causa de
su muerte seria la vejez. Nunca le habló a Rocío nada relacionado a la familia
china, ni de la bruja, ni de los grillos, ni mucho menos de la doncella.
Jazmín iba a
cumplir ya 10 años. Su hija merecía un regalo especial. Fue a la capital en
busca de algo extraordinario para regalarle. Estaba sentado en un bar bebiendo
café descansando de una larga mañana de compras. Una joven asiática de unos 20
años se sentó en su mesa. Marcos se mostró confundido.
_”Estoy
felizmente casado. No me interesan las prostitutas”, fue lo primero que se le
ocurrió decir.
La mujer se
sonrió, y ante el insulto respondió con un escupitajo en la taza de café.
_” No soy ninguna
prostituta, maldito viejo. Volví de China para avisarte que soy la última de mi
familia. Ninguno pudo escapar. Yo tampoco voy a poder. La última vez que te vi,
yo tenía más o menos 9 o 10 años. Sufrí mucho desde entonces, mientras que vos
estabas acá siendo feliz. Quiero que sepas que vas a pagar por todo lo que nos
hiciste. La venganza te va a alcanzar. No creas que te escapaste.” La chica se
levantó y caminó directo a la puerta. Marcos salió detrás de ella. La agarró
fuerte del brazo.
_” ¿Por qué me
decís esto? ¡Vos sos esa nena del mercado! ¿Cómo me encontraste? ¿Por qué
viniste a avisarme?”.
La asiática
contestó:
_” Porque se que
va a ser una tortura esperar tu muerte. Yo puedo morir esta noche, o la
siguiente, o la que le sigue. No lo se. Solo se que no falta mucho, y que
después de que muera nuestra guardiana va ir tras tu cuello. Yo que vos
organizo mi velorio.”
Marcos no volvió
a su casa esa noche. Se quedó en la capital hospedado en un hotel. Le dijo a
Rocío que iba a quedarse unos días más hasta encontrar el regalo ideal. Estaba
aturdido. No sabía que pensar, ni que hacer. Creyó que todo eso había quedado
atrás. Pero allí estaba esa mujer. Ella pudo encontrarlo, y el espíritu también
lo haría. Pronto volvería a acosarlo.
Al día siguiente
tomó un micro a Buenos Aires. Su familia no sabía nada de esa decisión tan
repentina. Todavía guardaba la esperanza de escapar. Volvió a su antigua casa.
Todo estaba tal cual lo había dejado. Volvió a su vieja empresa, a su vieja
oficina. Muchas cosas habían cambiado. Se encontró con su ex socio. Le ofreció
su puesto una vez más como señal de paz. Marcos aceptó gustoso. Esa tarde tomó
un helado de dulce de leche. Espero a la noche y subió una prostituta a su
auto. Tuvo relaciones con ella en su vieja cama. Extrañaba a Rocío y a Jazmín.
Al día siguiente sería su cumpleaños y él todavía no tenía el regalo ideal.
Dejó a la prostituta y salió a buscar alguna juguetería abierta.
La luna llena
estaba en medio del firmamento. Hacía calor y los grillos cantaban como locos.
Paró en una plaza y se tiró en el pasto mojado. Miró las estrellas hasta
quedarse dormido. En su sueño apareció Rocío y su hija. Las veía tan hermosas y
felices esperando ansiosas por él.
_” Ya es hora”,
escuchó en su sueño. Era la joven china quien le hablaba. Tenía un camisón rosa
largo hasta los pies cubierto de sangre en el pecho, y en su mano izquierda
sostenía su corazón.
Marcos se
despertó impactado. No se molesto en subir a su auto. Simplemente salió
corriendo. Nadie lo perseguía. El solo corría. Se detuvo solo cuando el aire se
le acabo. Cayó tendido al cemento de la vereda. Miró al cielo como
despidiéndose. La sacerdotisa volvió a aparecer tan joven y bella como la
última vez que la vio. Los chirridos empezaron a sonar. A un costado suyo, los
fantasmas de la familia china miraban con atención. La última en unirse fue la
chica. Marcos se tiró al suelo de rodillas. Pidió clemencia e incluso quiso
hacer un trato.
_” Les ofrezco mi
riqueza a cambio de mi vida. Luché por ella. Puse todo mi esfuerzo e hice
muchos sacrificios para tenerla. ¡Por favor acepten mi oferta!”.
La familia china
lo miro asombrada. La sacerdotisa supo bien cual era la respuesta. Accedió a su
pedido y se desvaneció en el aire, y junto a ella los fantasmas.
Marcos volvió a
su casa con un gran oso de peluche y un ramo de flores. Esperaba contarles que
había recuperado su viejo trabajo y que quería llevarlas a vivir a Buenos
Aires. Pero nada de eso ocurrió.
Cuando abrió la
puerta descubrió el horroroso hecho. Su amada Rocío y su preciosa hija estaban
muertas sobre el suelo. La causa de la muerte era lo más raro que los médicos
habían visto. Al parecer a ambas les faltaba el corazón. Marcos supo enseguida
que la mayor riqueza que tenía era su familia. Había luchado desde siempre por
conseguir una, y entendió que cuando su abuela le pedía que hiciera grandes
cosas, no se refería ni a la fama ni a la fortuna, se refería al amor que solo
una verdadera familia podía darle.
Un mes después
Marcos se suicidó.
Fin.