domingo, 27 de mayo de 2012

EL GRILLO(3ra parte)


Como lo imaginó, la familia estaba preparándose para partir. El tío de la niña observó que Marcos se acercaba y alertó a los demás de su presencia. Enseguida voltearon la vista hacia él. Se mantuvieron en absoluto silencio. Marcos los invadió de preguntas.
_” ¿Es por aquella chica?, ¿la de pelo negro?, ¿huyen de ella?, ¿Por qué me está acosando?, ¿fue ella quien asesinó al abuelo?”.
El nuevo más viejo lo encaró con intenciones de golpearlo.
_” ¡No fue ella!”, gritó descontrolado, “¡todo es tu culpa!”.
_” Lo mismo dijo ella. Pero no creo merecer su castigo ¡No hice nada!
¡Está arruinando mi vida!”.
_” Si es ella la que te sigue, pero no es la culpable de nuestra muerte; si no vos”, intercedió una mujer, una de las más jóvenes y quien aparentaba manejar mejor el idioma.
_” ¿Que fue lo que hice?”, cuestionó nuevamente Marcos.
La joven primero miro a su familia como esperando la autorización de ellos para poder hablar. Aparentemente se la cedieron, pues unos segundos después comenzó a narrar la explicación de porque sucedía lo que sucedía y  porque iba a pasar lo que pronto pasaría.
_” Hace unos siglos atrás, en nuestra China natal, vivía nuestro ancestro de nombre Liu en un pequeño pueblo. Estaba casado con una joven de quince años, quien era la hija de un comerciante con mucho poder. Era el que llevaba las riendas del lugar y al morir dejo todo a su yerno: sus tierras, su hija, sus riquezas y sus responsabilidades también. Todo marchaba bien, hasta que un día llego al pueblo una extraña mujer de cabello dorado como los anillos de oro que usaba Liu. Al principio no molestaba a nadie. Se instaló a orillas del río, lejos de la gente. Era una exótica ermitaña que solo despertaba intriga. La armonía no duró mucho entre ella y los pueblerinos. Pues al poco tiempo de su llegada extrañas cosas sucedían. Niñas se perdían al buscar agua en el río y luego aparecían flotando con una herida en el pecho y sin sus corazones. En todas ellas se encontraban marcas de dientes. Era esto justamente lo que los hizo creer que tal vez era algún animal salvaje, pero la teoría desapareció cuando un testigo inoportuno acuso  a la joven dorada de ser bruja. Dijo haberla visto en medio del bosque comiendo carne cruda. No lo supo enseguida, pero lo que en realidad comía eran corazones. Razonó que pertenecían a las niñas degolladas. La oyó hablar en un idioma desconocido. Nunca había oído palabras tan raras. Estaba seguro que eran conjuros o maleficios. Nada bueno podía venir de una bruja. El pánico se había instalado. Acudieron a Liu para que les diera una solución. Cuando escuchó la historia quedó horrorizado. Las muertes no podían seguir ocurriendo. Había que poner un alto a toda esa locura. Su mejor idea fue atrapar a la bruja y hacerla confesar su crimen. Esa misma noche los hombres fueron a su choza y la llevaron arrastrando de los cabellos hacia la casa de Liu. Allí la hicieron reconocer sus delitos a golpes y a patadas hasta dejarla desfigurada. El pueblo encendido por el odio la siguió torturando. Decidieron que debían darle fin a la servidora del Diablo. Pusieron en manos de Liu una navaja. Sin que nadie le dijera nada, él ya sabia lo que querían. Sin vacilar rasgo la ropa ensangrentada de la joven y clavo el puñal en medio de su pecho, luego le arrancó el corazón y lo cubrió de fuego. La bruja ya estaba muerta. Ninguna niña más moriría a merced de ella. Curiosamente las muertes siguieron pasando. Resulto ser que el culpable en realidad era un hombre de cincuenta años que vivía en el mismo pueblo. Disfrutaba de la carne virgen y luego de darse el gusto les arrancaba el corazón como un souvenir. Obviamente el final para el no fue mejor que el de la supuesta bruja. Pero las muertes no acabaron ahí. Ya no eran solo niñas. Ahora eran hombres, mujeres, ancianos, todos los que estuvieron envueltos en la masacre de la joven. Según los rumores, recibían una visita de ella en sus sueños y a las pocas horas morían. El corazón se les detenía, una punzante sensación se les apropiaba, un agonizante dolor los torturaba por largo tiempo y finalmente, la muerte. Curiosamente, el corazón desaparecía de sus cuerpos. Era la venganza. El fantasma de la joven había regresado. No pararía hasta destruir a todo aquel que la hubiese hecho sufrir. Ya pocos quedaban. Liu no esperó a ser el próximo. Tomó cuanto dinero pudo y acudió a una sacerdotisa a la que le atribuían poderes divinos. Ella era la única que podía salvarlo. Era una mujer muy joven, de unos diecinueve años, de cabello negro y piel blanca. Tenía un rasgo único, algo distinto a las demás; sus manos estaban llenas de arrugas. Decían que se debía a los conjuros que utilizaba. La sacerdotisa accedió a ayudarlo. Prometió protegerlo a él y a toda su descendencia. Le entrego un grillo. Le dijo que mientras el animalito estuviera a salvo, él y los suyos también. El grillo era el símbolo que la representaba, y sería la unión entre Liu, la familia de Liu, y la doncella. La misma  noche que llegó a su casa recibió la visita de la joven dorada en sus sueños, pero no pudo hacerle daño, ni a él, ni a su esposa. La sacerdotisa entró en escena y se aseguró de que no pudiera dañarlos. No se rindió tan fácilmente. La bruja reapareció varias noches después, y en todas ellas fracasó. La sacerdotisa siempre los salvaba. La última vez que se mostró, fue la noche en que nació el primer hijo de Liu. Amenazó con vengarse con cualquiera que tuviera relación con él, no importaba cuanto tiempo le llevara,  tarde o temprano llevaría a cabo su venganza. Liu no se preocupó, pues sabía que mientras su familia tuviera al grillo en su poder estarían bien. La sacerdotisa los protegería como le había prometido. Así fue hasta hace poco, cuando el grillo murió aplastado por un sujeto imprudente. Ahora tanto la joven dorada como nuestra protectora están furiosas deseosas de venganza. El primero  fue el abuelo, no tardará mucho en que ya no quede ninguno de nosotros y cuando eso pase, no dudes que la sacerdotisa se cobrara con tu vida, pues es tu culpa que no pueda seguir protegiéndonos.”
Con esas palabras, la familia terminó de empacar sus cosas. Se subieron a un camión y se fueron.
_” Si hemos de morir, lo haremos en nuestro hogar. No podemos huir y usted tampoco lo hará. Lo acechará hasta la muerte.”, fue la frase de despedida.
Marcos quedo atónito. Lo que había oído era irreal. No podía ser cierto. Pero tampoco lo era lo que le había ocurrido en el último tiempo. No le quedo otra más que creer en la historia. La sacerdotisa no tardaría en volver a aparecer. La idea lo escandalizó. Lo primero que se le ocurrió fue tomar un avión a cualquier parte del mundo, pero luego pensó en eso de morir en su hogar.
Su hogar verdadero no era aquella casa inmensamente lujosa. Su hogar verdadero estaba a unos cuantos kilómetros de distancia de la provincia de Buenos Aires. Estaba en Corrientes, Pucheta. Un lugar adorable donde vivió su infancia entera y buena parte de su adolescencia. Sintió deseos de volver. Allí guardaba sus más valiosos recuerdos de vida. Al día siguiente después de otro sueño molesto, llamó a la oficina anunciando que su ausencia sería más prolongada de lo esperado, y que se iría a arreglar unos asuntos personales. Unas horas después se encontraba en la vieja casa de su abuela, donde había crecido. Dio una vuelta para ver si se encontraba con algún viejo amigo. Descubrió que solo uno aun seguía allí, el negro José, quien ahora tenía cinco hijos y una no tan adorable esposa. Parecía más una leona que una mujer. Aquella noche se quedó a comer. Por primera vez desde el accidente con la familia china, se sintió seguro. Pensó que tal vez la joven no lo encontraría  y que finalmente estaría tranquilo. Pensó que tal vez la solución era mudarse allí definitivamente y no volver nunca más. Después de todo, él ya había cumplido con su promesa. Ya había hecho grandes cosas como su abuela quiso que hiciera. Ahora debía asegurarse de seguir vivo unos años más, los suficientes para casarse y tener hijos, lo único que no había hecho. La idea siempre le había rondado en la cabeza, pero nunca llegaba el momento indicado. Unas de sus frases favoritas era buscarle el lado positivo a las cosas. Esta ocasión no debería de ser distinta. Algo bueno tenía que tener. Tal vez esta situación le permitiese concretar esa deuda pendiente, la de tener una familia. Esa noche caminó hasta su casa pensando en eso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario