Como lo imaginó,
la familia estaba preparándose para partir. El tío de la niña observó que
Marcos se acercaba y alertó a los demás de su presencia. Enseguida voltearon la
vista hacia él. Se mantuvieron en absoluto silencio. Marcos los invadió de
preguntas.
_” ¿Es por
aquella chica?, ¿la de pelo negro?, ¿huyen de ella?, ¿Por qué me está
acosando?, ¿fue ella quien asesinó al abuelo?”.
El nuevo más
viejo lo encaró con intenciones de golpearlo.
_” ¡No fue
ella!”, gritó descontrolado, “¡todo es tu culpa!”.
_” Lo mismo dijo
ella. Pero no creo merecer su castigo ¡No hice nada!
¡Está arruinando
mi vida!”.
_” Si es ella la
que te sigue, pero no es la culpable de nuestra muerte; si no vos”, intercedió
una mujer, una de las más jóvenes y quien aparentaba manejar mejor el idioma.
_” ¿Que fue lo
que hice?”, cuestionó nuevamente Marcos.
La joven primero
miro a su familia como esperando la autorización de ellos para poder hablar. Aparentemente
se la cedieron, pues unos segundos después comenzó a narrar la explicación de
porque sucedía lo que sucedía y porque
iba a pasar lo que pronto pasaría.
_” Hace unos
siglos atrás, en nuestra China natal, vivía nuestro ancestro de nombre Liu en
un pequeño pueblo. Estaba casado con una joven de quince años, quien era la
hija de un comerciante con mucho poder. Era el que llevaba las riendas del
lugar y al morir dejo todo a su yerno: sus tierras, su hija, sus riquezas y sus
responsabilidades también. Todo marchaba bien, hasta que un día llego al pueblo
una extraña mujer de cabello dorado como los anillos de oro que usaba Liu. Al
principio no molestaba a nadie. Se instaló a orillas del río, lejos de la
gente. Era una exótica ermitaña que solo despertaba intriga. La armonía no duró
mucho entre ella y los pueblerinos. Pues al poco tiempo de su llegada extrañas
cosas sucedían. Niñas se perdían al buscar agua en el río y luego aparecían
flotando con una herida en el pecho y sin sus corazones. En todas ellas se
encontraban marcas de dientes. Era esto justamente lo que los hizo creer que
tal vez era algún animal salvaje, pero la teoría desapareció cuando un testigo
inoportuno acuso a la joven dorada de
ser bruja. Dijo haberla visto en medio del bosque comiendo carne cruda. No lo
supo enseguida, pero lo que en realidad comía eran corazones. Razonó que
pertenecían a las niñas degolladas. La oyó hablar en un idioma desconocido.
Nunca había oído palabras tan raras. Estaba seguro que eran conjuros o
maleficios. Nada bueno podía venir de una bruja. El pánico se había instalado.
Acudieron a Liu para que les diera una solución. Cuando escuchó la historia
quedó horrorizado. Las muertes no podían seguir ocurriendo. Había que poner un
alto a toda esa locura. Su mejor idea fue atrapar a la bruja y hacerla confesar
su crimen. Esa misma noche los hombres fueron a su choza y la llevaron
arrastrando de los cabellos hacia la casa de Liu. Allí la hicieron reconocer
sus delitos a golpes y a patadas hasta dejarla desfigurada. El pueblo encendido
por el odio la siguió torturando. Decidieron que debían darle fin a la
servidora del Diablo. Pusieron en manos de Liu una navaja. Sin que nadie le
dijera nada, él ya sabia lo que querían. Sin vacilar rasgo la ropa
ensangrentada de la joven y clavo el puñal en medio de su pecho, luego le
arrancó el corazón y lo cubrió de fuego. La bruja ya estaba muerta. Ninguna
niña más moriría a merced de ella. Curiosamente las muertes siguieron pasando.
Resulto ser que el culpable en realidad era un hombre de cincuenta años que
vivía en el mismo pueblo. Disfrutaba de la carne virgen y luego de darse el
gusto les arrancaba el corazón como un souvenir. Obviamente el final para el no
fue mejor que el de la supuesta bruja. Pero las muertes no acabaron ahí. Ya no
eran solo niñas. Ahora eran hombres, mujeres, ancianos, todos los que
estuvieron envueltos en la masacre de la joven. Según los rumores, recibían una
visita de ella en sus sueños y a las pocas horas morían. El corazón se les
detenía, una punzante sensación se les apropiaba, un agonizante dolor los
torturaba por largo tiempo y finalmente, la muerte. Curiosamente, el corazón
desaparecía de sus cuerpos. Era la venganza. El fantasma de la joven había
regresado. No pararía hasta destruir a todo aquel que la hubiese hecho sufrir. Ya
pocos quedaban. Liu no esperó a ser el próximo. Tomó cuanto dinero pudo y
acudió a una sacerdotisa a la que le atribuían poderes divinos. Ella era la
única que podía salvarlo. Era una mujer muy joven, de unos diecinueve años, de
cabello negro y piel blanca. Tenía un rasgo único, algo distinto a las demás;
sus manos estaban llenas de arrugas. Decían que se debía a los conjuros que
utilizaba. La sacerdotisa accedió a ayudarlo. Prometió protegerlo a él y a toda
su descendencia. Le entrego un grillo. Le dijo que mientras el animalito
estuviera a salvo, él y los suyos también. El grillo era el símbolo que la
representaba, y sería la unión entre Liu, la familia de Liu, y la doncella. La
misma noche que llegó a su casa recibió
la visita de la joven dorada en sus sueños, pero no pudo hacerle daño, ni a él,
ni a su esposa. La sacerdotisa entró en escena y se aseguró de que no pudiera
dañarlos. No se rindió tan fácilmente. La bruja reapareció varias noches
después, y en todas ellas fracasó. La sacerdotisa siempre los salvaba. La
última vez que se mostró, fue la noche en que nació el primer hijo de Liu.
Amenazó con vengarse con cualquiera que tuviera relación con él, no importaba
cuanto tiempo le llevara, tarde o
temprano llevaría a cabo su venganza. Liu no se preocupó, pues sabía que
mientras su familia tuviera al grillo en su poder estarían bien. La sacerdotisa
los protegería como le había prometido. Así fue hasta hace poco, cuando el
grillo murió aplastado por un sujeto imprudente. Ahora tanto la joven dorada
como nuestra protectora están furiosas deseosas de venganza. El primero fue el abuelo, no tardará mucho en que ya no
quede ninguno de nosotros y cuando eso pase, no dudes que la sacerdotisa se
cobrara con tu vida, pues es tu culpa que no pueda seguir protegiéndonos.”
Con esas
palabras, la familia terminó de empacar sus cosas. Se subieron a un camión y se
fueron.
_” Si hemos de
morir, lo haremos en nuestro hogar. No podemos huir y usted tampoco lo hará. Lo
acechará hasta la muerte.”, fue la frase de despedida.
Marcos quedo
atónito. Lo que había oído era irreal. No podía ser cierto. Pero tampoco lo era
lo que le había ocurrido en el último tiempo. No le quedo otra más que creer en
la historia. La sacerdotisa no tardaría en volver a aparecer. La idea lo
escandalizó. Lo primero que se le ocurrió fue tomar un avión a cualquier parte
del mundo, pero luego pensó en eso de morir en su hogar.
Su hogar
verdadero no era aquella casa inmensamente lujosa. Su hogar verdadero estaba a
unos cuantos kilómetros de distancia de la provincia de Buenos Aires. Estaba en
Corrientes, Pucheta. Un lugar adorable donde vivió su infancia entera y buena
parte de su adolescencia. Sintió deseos de volver. Allí guardaba sus más
valiosos recuerdos de vida. Al día siguiente después de otro sueño molesto,
llamó a la oficina anunciando que su ausencia sería más prolongada de lo
esperado, y que se iría a arreglar unos asuntos personales. Unas horas después
se encontraba en la vieja casa de su abuela, donde había crecido. Dio una
vuelta para ver si se encontraba con algún viejo amigo. Descubrió que solo uno
aun seguía allí, el negro José, quien ahora tenía cinco hijos y una no tan
adorable esposa. Parecía más una leona que una mujer. Aquella noche se quedó a
comer. Por primera vez desde el accidente con la familia china, se sintió
seguro. Pensó que tal vez la joven no lo encontraría y que finalmente estaría tranquilo. Pensó que
tal vez la solución era mudarse allí definitivamente y no volver nunca más.
Después de todo, él ya había cumplido con su promesa. Ya había hecho grandes
cosas como su abuela quiso que hiciera. Ahora debía asegurarse de seguir vivo
unos años más, los suficientes para casarse y tener hijos, lo único que no había
hecho. La idea siempre le había rondado en la cabeza, pero nunca llegaba el
momento indicado. Unas de sus frases favoritas era buscarle el lado positivo a
las cosas. Esta ocasión no debería de ser distinta. Algo bueno tenía que tener.
Tal vez esta situación le permitiese concretar esa deuda pendiente, la de tener
una familia. Esa noche caminó hasta su casa pensando en eso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario