Esa misma noche,
después de leer su libro favorito, se acostó en su cama y tuvo un sueño
realmente macabro.
En su sueño estaba perdido en un camino de
arena desierto. No había nada ni nadie. Sentía su boca sedienta y sus labios
secos, pero el sudor de su frente era toda el agua que tenía. Caminó sin rumbo
por horas. El sol le pinchaba la nuca. Parecía inmutable hasta que repentinamente
cayó la noche. Ya no hacia calor. El frío lo invadió. Una casa de papel
apareció de la nada como por arte de magia, y en ella una mujer misteriosa, con
el cabello enredado de color negro carbón. Sus manos se veían arrugadas como
las de una vieja, pero su rostro era la de una joven de no más de 18 años. Se
ocultaba tras una fina cortina color rosada en el umbral de la puerta. Marcos
se acercó a ella. Miró fijo hacia sus ojos a través de la tela. Sintió el
impulso de besarla, así que la tomó en sus brazos y cuando tenía sus labios
cerca de los de ella, la muchacha desapareció como humo en sus manos. Reapareció
a unos metros de distancia como burlándose de él. Luego se le acercó como un
rayo de luz al oído y le dijo que la maldición ahora le pertenecía. Al terminar
de pronunciar esas palabras, soltó una carcajada e inmediatamente del cielo
oscuro comenzaron a caer grillos. Al principio parecía ser algo inofensivo, pero
luego iban cayendo cada vez más y más, hasta cubrirlo por completo. Marcos hundido en ellos, ni siquiera era capaz
de gritar. Ya no podía respirar, ni moverse. Habían logrado entrar a su
organismo. Estaban dentro de su boca, de su estómago, y de sus pulmones
también. Lo único que podía hacer era oír el canto imparable de los insectos que
parecían cantar en aumento hasta casi ensordecerlo. Cuando parecía que el sueño
se iba a poner aún peor, Marcos despertó.
Había sido lo más
extraño e inquietante que había soñado en su vida. Intentó volver a dormir. No
pudo hacerlo, porque al apoyar su cabeza en la almohada, un grillo comenzó a
chillar. Esa noche no durmió.
Al día siguiente Marcos
fue a su trabajo. Le esperaba una larga jornada de labor estresante. Tenía una
reunión en la que debía convencer a unos inversores a formar parte de la
compañía aportando su dinero. El si
de estos sujetos era realmente importante. El edificio entero esperaba su
llegada. No había quien no supiese lo que significaba esa reunión.
La hora había
llegado. Hasta antes de ese momento todo había marchado bien. Nada lo aturdía,
ni siquiera ese sueño que parecía haberse borrado de su memoria. Ya estaban
todos en la sala de reunión. Marcos era el orador, como siempre. Los inversores
entraron por la puerta y fueron recibidos por la calurosa sonrisa blanca de
Marcos. Una vez acomodados y de una breve charla informal, el encuentro dio
inicio. Los primeros minutos marcharon más que bien. Con pocas palabras se veían convencidos. Marcos se sentía seguro
y complacido. Daba por asumido su triunfo, pero cuando a lo lejos escucho un
sonido débil que se le hacia familiar, ya no opinaba igual. Comenzó a
tartamudear. Las palabras se le mezclaban. Los nervios se le notaban en su cara
de espanto. El sonido se hacia cada vez más fuerte. Miraba por todos lados
buscando de donde provenían. Parecía asustado, y de hecho lo estaba. Cuando ya
no pudo soportarlo, dejo de intentar disimular y salio corriendo revolviendo
todo en la habitación. Gritaba, _” ¡¿Dónde están los grillos?!”. Solo él los
escuchaba. Sentía como los insectos lo acosaban, esperando el momento oportuno
para lanzarse sobre él para intentar ahogarlo. En su desesperación por salvarse,
corrió hacia la ventana. Estuvo a punto de tirarse, pero uno de los empleados
lo detuvo a tiempo. Por supuesto, Marcos tomo conciencia de su locura cuando lo
llevaron a la clínica. Estuvo hospitalizado unos días. Los médicos explicaron
que se trató de un simple ataque de nervios. Colapsó después de varios días de
estrés. Los inversores lograron entender lo sucedido y accedieron a otra
reunión con la condición de que Marcos no estuviera en ella. No querían otro
episodio similar.
Marcos se conformó con la explicación de los doctores.
Decidió tomarse unas vacaciones después de salir de la clínica para recuperarse
de su fracaso en la reunión.
La primera noche
en su casa creyó que sería tranquila. Al salir la luna, Marcos se recostó en su
sillón de leer. No estaba dormido. Solo tenía los ojos cerrados. Aún no había
tomado el calmante que había comprado en una farmacia de camino a casa.
Indudablemente estaba más relajado.
_“Nada malo
sucederá”, se dijo a si mismo.
La luna se puso en el centro del cielo. El
viento comenzó a soplar. Las cortinas se movían al compás del silbido de la
brisa que entraba por la ventana. Sin que Marcos lo viera, apareció una imagen
tenue de una chica, la misma con la que había soñado anteriormente. Casi
parecía un espejismo, pero se volvía cada vez más nítida y concreta. Se acercó
hasta Marcos. Quedó parada justo frente a él. Lo miró enojada, llena de rabia y
dolor. Habrá sido una lágrima proveniente de ella la que alertó a Marcos de su
presencia. Al verla, literalmente se cayó de espaldas con sillón incluido.
La joven le gritó
apuntadole con el dedo índice en un idioma que tal vez sería el chino. Luego
volvió a gritarle en nuestra propia lengua.
_” ¡Es tu
culpa!”, exclamó, “¡Es tu culpa!”, volvió a repetir.
_” ¿Mi culpa?, ¿Qué
es lo que hice?, ¿Es por tu causa todo lo que me ha sucedido? ¿Cuál es fue mi
error para merecer tanto odio?”.
_” Ya es tarde.
Acaba de morir el primero. Solo faltan nueve. Van a caer todos y cada uno de
ellos”.
Se oyeron nuevamente
chirridos. Ya no era un sueño. La pesadilla se concretaba. Los insectos
aparecían por doquier. Marcos aterrorizado salió huyendo de la habitación. Lo
persiguieron por toda la casa hasta hacerlo salir a la calle. Corrió sin
detenerse ni un segundo y sin mirar atrás. Oía el ruido incesante de aquellos
bichos diabólicos. Algunos habían logrado subírsele encima e inexplicablemente
sentía como querían perforarle la piel, como si tuviesen garras o dientes. Todo
sobrepasaba lo lógico. Corrió sin saber hacia donde iba. En su mente solo cabía
una idea; huir tanto como pudiera. A lo lejos vio un patrullero. Se dirigió a
este con la esperanza de conseguir ayuda, pero al golpear la ventanilla del
vehículo los grillos habían desaparecido. La policía lo ignoro. No estaba
interesada en escuchar historias de un loco en pijamas. Se concentraba más en
el crimen que acaba de ocurrir segundos antes de que Marcos llegara al sitio.
No había notado,
hasta que levantó la vista, que se encontraba justo enfrente del supermercado
chino. La gente del barrio se había amontonado como moscas a un pedazo con
dulce. Por un momento se olvidó de los grillos. La curiosidad fue más fuerte
que el temor. Una de las señoras que se encontraba allí le contó que habían
hallado muerto al más viejo de los chinos; el abuelo. Comentaba también, que al
pobre infeliz le faltaba el corazón, pero que no había señal de herida o de
sangre. Todo era muy misterioso. No tenia sentido que alguien le faltara
cualquier órgano del cuerpo sin que lo hayan abierto primero para sacarlo. La
otra cosa llamativa era que el músculo no aparecía por ningún lado; como si
nunca lo hubiese tenido.
_“¡Brujería!”.
_” ¡Macumba!”,
gritaron unos cuantos.
La familia solo se limitó a encerrarse en el
local luego de que se llevaran el cadáver.
Marcos regresó a
su casa con la ilusión de no hallar nada fuera de lo común. En efecto, así
ocurrió. El resto de la noche durmió lleno de ideas en su cabeza. Buscaba una
respuesta y ya sabía en donde hallarla. Al amanecer, despertó y espero inquieto.
Al llegar la hora fue directo al sitio donde había comenzado todo; el super
chino.
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